Leonardo llegó a su departamento mucho después de lo usual. Antes de buscar la llave en el bolsillo de su pantalón, todavía arrugado, parado frente a la misma puerta envejecida elevó su mirada como quien descubre un regalo que nadie percató que reposaba todavía debajo del árbol de navidad en la mañana siguiente a nochebuena. Sus ojos se clavaron en la nada, el cielo ya se habia apagado y la luz de las iluminaciones solitarias de la calle no le dejaban ver si lo que tocaba las tejas del frente del segundo piso eran extensiones de neblina o una nube rebelde que bajó hasta allí. Al mismo tiempo que todavía recordaba el olor de su espalda pensó en que no es posible que una nube se asomara hasta ese lugar. Las cejas de la expresion tan comunmente seria que él tenía se elevaron en su rostro. Por un instante tuvo cuatro ideas firmes en su mente mientras sus párpados seguían reducidos y lo que veia arriba suyo era todavia lo más común que podía encontrar cualquier dia a la misma hora sobre todo en temporadas cuando el frio es líquido. En dias de invierno como aquel día las ropas se humedecían si no estaban cerca a un medio que emitiera calor. Las ropas puestas no se humedecían. Cuando un viento no tan amable como la brisa tibia del mar se metió por el lado derecho de su cuello a pesar de llevar dentro del saco una chompa de cuello alto, parpadeó varias veces y su mirada fue bajando hasta encontrarse con la misma puerta de madera caoba que desde hacia poco más de 4 meses lo había estado mirando llegar a casa todos los lunes por la tarde más temprano de lo habitual, justo después de que el cielo adquiriera un tono azul violeta oscuro. En realidad eran mas de 4 meses. Casi 5 años. Aquella madera vio el mismo rostro de Leonardo todos esos años y no noto que haya variado hasta esa noche donde escaseaban estrellas.
Cuando despertó su reloj dictaba un ruido que sí podia percibir cada vez que era inutil abrir las cortinas. El no ver casi nada en la oscuridad le hacía recordar el cuerpo de ella, recordar las mayólicas frías del suelo del departamento de una playa a la cual nunca regresaron. Regresó por un momento a los 6 minutos que se mantuvo parado en la vereda frente a la puerta de entrada del inmueble donde estaba su departamento, con la espalda todavía erguida a pesar del peso de la noche que tampoco dibujaba una luna llena completa. Aquel parpadeo fue sincero. Cuando tenía que cumplir con el acostumbrado golpe con el pie a la puerta a unos 10 cms del suelo al mismo tiempo que giraba la llave puesta ya en la cerradura para poder entrar al garaje compartido (que él no utilizaba por miedo a pedir un aumento en su trabajo) con los vecinos del primer piso, se percató que los pliegues del pantalón gris de vestir que tenia puesto eran muchos. Un flashback lo carcomeó por dentro; mientras su nariz le hizo notar que el olor a cigarro encendido dentro del cuarto era fuerte porque no se les ocurrió abrir la ventana (aquella cómplice de toda aquella extensa conversación previa llena de gritos de auxilio de aquellas dos almas mercenarias), la tela de su pantalón seguiría no tan húmeda. Sin embargo, la prenda adquiriría todas esas arrugas mientras se mantuviera en el suelo debajo de la frasada y el cubrecama que hacía minutos se mantenían tendidos y ordenados salvo por la gravedad de sus cuerpos que siempre se mantuvieron ansiosos mientras sus miradas se querían decir todo y nada a la vez mientras pronunciaban y escuchaban sin quererse perder de nada. Regresó y todavía escuchaba las manecillas del rejoj; faltaría alrededor de media hora para que amanezca y sus pies nunca se enfriaron durante aquella noche a pesar de estar en medio de un invierno cruel y de no haberse puesto medias gruesas, como usualmente lo hacía asi el cuerpo no se lo pidiera.
No despertó cuando ya era más de las 10 de la mañana y tocaron el timbre; desde que el cielo se mantuvo escondido no volvió a dormir hasta que escuchó aquel sonido grave y sólido. Se la pasó dando vueltas inevitables en su cama que se enfriaba por partes cada vez que cambiaba de posición. Era una cama amplia hecha por su abuelo, donde hasta hace poco más de 4 meses su última enamorada solía quedarse dormida pues le parecía muy placentero tener una cama tan grande para ella sola, a pesar de que a veces intentaba corregirse y decirle a Leonardo, con esa sonrisa de la cual él verdaderamente se enamoró, que el placer era el estar con él. Ni esta chica ni la anterior enamorada que tuvo pudieron cambiar la rutina de los lunes por la tarde-noche que él tenía luego de regresar del estudio donde había estado trabajando desde que salió de la universidad. A ambas les gustaba bailar. Una de ellas practicaba danza moderna en una escuela en el otro extremo de la ciudad. Sus clases duraban hasta las 11pm y llegaba al departamento con muchas ganas de reposar su cuerpo toda la noche hasta el día siguiente muy tarde. A esta no le parecía fabuloso tener una cama demasiado grande. La otra chica era profesora de baile en el instituto nacional de danzas y bailes contemporáneaos. Ninguna de las dos se ausentó en sus clases alguna vez un día lunes en la tarde. Todos los lunes él, sin proponérselo, siempre llegaba temprano al departamento a hacer todo aquello que se sentía bien de hacer sin compañía. Leonardo quiso mucho a ellas dos, pero mientras más claro era el cielo arriba cuando se disponía a manejar hacia su departamento, esa tarde-noche sería más placentera. Días o tal vez semanas antes de terminar con cada una de ellas estaba muy claro para él que necesitaba más de esos lunes a la semana.
Aquel sonido sorpresivo del timbre de su departamento le generó cierta ansiedad. Pero en vez de quitarse las sábanas de encima y dirigirse hacia la entrada, cerró los ojos y el sueño lo convenció por minutos, tal vez fueron más de diez. Cuando despertó no vió cuanto tiempo había pasado. Movió su cuerpo coordinadamente a pesar de estar probablemente mareado de haber estado tantas horas oliendo el perfume femenino que adquirieron las sábanas de Leonardo de su propio cuerpo. Se contagió de unas ganas de quererla besar. La noche anterior él regresaba de la casa de alguien a quien el fuego la consumió casi totalmente por confundirla con leña. Se contagió de unas ganas extraordinarias y por eso sus pasos fueron tan firmes como nunca mientras se dirigía a abrir la puerta. Aquella mirada tan sincera hacia el cielo de la noche anterior duró lo suficiente para darse cuenta que era tiempo de cambiar de trabajo y de cama, que no hay mejor decision que la que toma uno en silencio e imaginándose mirar fijamente a los ojos de uno mismo, que no es cierto que el tiempo lo cura todo sino que los meses juegan con nuestras decisiones y nuestros recuerdos, y que se había olvidado de cómo dibujar una alegría compartida en su rostro si al día siguiente era necesario mostrarla. Leonardo, luego de aquellos 5 años, volvía a estar seguro de sí mismo. Él decidió arriesgar, por eso los pies no se le enfriaron haciendo 9 ºC afuera en la calle que a penas lloraba. Hacía mucha humedad, garuaba realmente. Estaba seguro, además, que la leña no siempre se consume del todo. Que puede llover y que luego de algún tiempo la leña seca puede guardarse dentro de un baúl, de esos que ahora suelen adornar salas de casas modernas y que nunca se tienen que abrir.
Habían sido poco más de 10 minutos desde que se quedó dormido luego de la única vez que tocaron el timbre. Una sombra de dos pies delgados a penas se percibía por el borde inferior de la puerta de ingreso al hall de la entrada. En realidad en los ojos de él se confundían con las sombras de las macetas de plantas que se había olvidado de meter la noche anterior que yacían en dos muritos junto a la puerta. Leonardo no se preocupó de la apariencia de recién levantado que tenía. Ella se acordaría de su barba crecida, del lunar oscuro que tenía en el párpado derecho y del abundante vello en el pecho que la noche anterior había descubierto en él. Lo del lunar en el párpado en realidad lo redescubrió.
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