27 mayo, 2007

Sucede que: Me grito a mi propio oido

Por qué mierda me sigo martirizando tanto por la
paloma a quien yo mismo deje irse volar.

Por qué?!


Punto a parte.
Pakatnamu de la semana pasada:

JAA
Recapacitas constantemente, pero al final no llegas a ninguna parte. ¿De qué te sirve el revisionismo si no vas a poner en práctica ninguna lección aprendida? Las buenas intenciones a veces son insuficientes.

Mochicas sabios.
Muy acertado.
Muy caido a pelo
sobre todo para estos tiempos.
Dias en los que el frio de la mañana es
cobarde.
Dias en los que soy mas actor que espectador.
Nota mental: ¿será bueno intentar
aprender a nadar en
vacaciones de mitad de año?


22 mayo, 2007

Busco a Soledad


Se recomienda llegar hasta la ultima frase: simplemente cae como un buen cafecito (con mucha azucar como me gusta) para amenizar la noche casi madrugada de un martes sumergido en un lodo de tantas cosas pendientes que tengo que hacer. Una joyita para los que piensan (o han estado haciendo el intento) que la felicidad de a dos necesita, previa y paralelamente, una felicidad de a uno.


Por Renato Cisneros
Buscar novia debería ser un pasatiempo divertido y no una obsesión enfermiza. En mi caso, por lo menos, detrás de este impenitente ejercicio de exploración mundana y selección natural (que ya lleva sus buenos dos meses y medio) no hay ni un gramo de intranquilidad, desesperación, despecho o angustia.

Si digo que ‘busco novia’ es porque a menudo me provoca conocer a una chica que –como una pieza de madera– calce exacta en el espacio pendiente de mi rompecabezas personal. Pero tampoco me hago paltas. Si llega, genial. Si no, también. La soledad, lejos de intimidarme o asustarme, me resulta confortable. Demasiado confortable, diría. Aunque a mucha gente le extrañe, hay cosas que me gusta hacer preferiblemente solo: ir al cine, hacer compras en el supermercado, visitar una librería, comprar ropa, montarme en un avión. Hay días en el trabajo, incluso, en que almuerzo solo (provisto, eso sí, de un suplemento deportivo). También me gusta, de vez en cuando, sentarme en la barra de un bar o en la mesa de un cafetín y saber que puedo otear el mundo desde el espumoso y melancólico horizonte de mi vaso de cerveza. Quizá es por eso mismo que disfruto tanto manejando. Estar al volante, maniobrar el timón, pisar los pedales, decidir los cambios e imprimir velocidad al auto es toda una epifanía de la independencia.

Alguien podría jalonearme las orejas con razón y preguntarme “si tanto te gusta estar solo, qué diablos haces buscando novia”. Y yo podría defenderme diciendo que una cosa lleva a la otra, porque me parece que únicamente las personas que saben estar solas pueden advertir y valorar después la dimensión de una buena compañía.

A veces creo que esta actitud medio retraída –y que podría parecer una grave propensión hacia el autismo– está relacionada con mis aficiones predilectas (leer y escribir son, finalmente, actos solitarios por definición). Sin embargo, tengo una justificación antropológica más razonable y que se reduce al inapelable hecho fáctico de que al mundo venimos SOLOS y del mundo nos vamos SOLOS. Los nacimientos de mellizos, trillizos, cuatrillizos son siempre una novelería, una rareza digna de las portadas de los diarios (y de las carpas de los circos). Lo normal, lo que se espera, lo típico es que uno nazca solo. Igual pasa con la muerte. Uno se marcha a solas. ¿O acaso alguno de ustedes ha visto entierros en parejas o ataúdes con doble compartimiento? Lo lógico, otra vez, es que la gente se despida individualmente.

Por eso me irritan un poco las personas que no saben estar solas. Esos hombres y mujeres que creen que la soledad es sinónimo de acabamiento, derrota o exclusión. Personas que buscan por todos los medios emparejarse, y terminan enganchándose con alguien a quien no aman, pero que representa eso que tanto persiguen. Sin darse cuenta, acaban enamorados de una figuración, de un espejismo: no de la persona, sino de lo que la persona temporalmente encarna.

Me apenan las personas que no se soportan a sí mismas, que no se toleran, que se asfixian en el silencio de sus habitaciones, y que no se interpelan delante del espejo por miedo a descubrir vaya uno a saber qué incómodas verdades. Esas personas, con tal de combatir su paranoia de quedarse solos, son capaces de estar con quien pueden y no con quien quieren, ignorando que así extienden su tragedia.

Esa actitud responde a una típica mentalidad empapelada de frases como “voy a darme una oportunidad con él”, “no lo amo, pero lo necesito” o “sé que con el tiempo puedo enamorarme de ti”. Desconfíen cuando escuchen esas gentiles proclamas, porque detrás de ellas suele haber gente cobarde, medrosa y timorata que hipoteca su libertad y se abraza a una relación en la que no cree.


Tengo un amigo que sostiene que uno se empareja porque, inconscientemente, busca un testigo, alguien que pueda dar crédito a tus vivencias y sea quien las corrobore ante los demás. Una especia de fact checker sentimental. Tiene sentido. En todo caso, creo que todos se merecen vivir una larga temporada sin pareja. Pasarla solos un rato, sin más interlocutores que uno mismo.

De hecho, yo no busco novia para que me ‘rescate de mi soledad’. Al contrario, la busco para que venga a compartirla conmigo.


(2da ilustración: Alfonso Vargas Saitua)

04 mayo, 2007

Sucede que: sucedió*

Estaba en un lugar público hoy día.
Estaba sentado, un poco inclinado hacia adelante.
Era mediodía exactamente.
Había sacado casi todas las cosas de mi mochila.
Estaba concentrado.
Estaba concentrado.
Estaba concentrado.
No me daba cuenta de quien iba o venia cerca a donde yo estaba sentado.
Estaba concentrado.
Estaba concentrado.
Estaba concentrado.
Entonces, como el sonido del eco que recien viene, escuché mi nombre acortado.
Escuché mi nombre acortado que se acercaba.
Se acercaba porque la voz se hizo más fuerte.
No fuerte como un sonido grave, de lluvia torrencial de selva en verano.
Fue un sonido intenso de garúa.
Fuerte, pero delicado y anestésico al mismo tiempo
Fuerte como para darme cuenta que me llamaban desde no muy cerca, desde no muy lejos.
Una voz de delicadas pinceladas que hacía juego con esa sonrisa que me enredó los ojos.
Esa sonrisa jugó por un instante con la que salió de no sé qué parte de mí, pero que regurgité sin temores.
La otra sonrisa que salió por sus ojos me cobijó y me protegió, por eso no temí.
Ella se va yendo.
Es solo un saludo de encuentro pasajero.
La sonrisa se va convirtiendo en una risa para ambos.
Mi regurgitación demoró o mi overall face expression no supo mentir.
La risa es porque al pasarme la voz, ella me desentonó.
Seguro que puse cara de yonofui o dondeestoy o quepasóporquéhablandemi.
Traté de acomodar mis gestos lo mejor que pude, gestos que menos mal convergieron hacia mi risa cómplice que hizo lo posible por disfrutar de su mirada y no resbalar por el asombro ante el descubrimiento del brillo en mis ojos al verla.
La risa se va con ella.
Mi atención se va con ella.
Mis ojos se van con ella, pero solo hasta la pared blanca donde comienza el pasadizo de donde solo escucho voces y pisadas.
Ya no estaba concentrado
Ya concentrado no estaba
Ya estaba no concentrado
Estaba ya no concentrado
Estaba concentrado, no?
Estaba... qué estaba haciendo?

Voz+sonrisa+ojos+mirada+risacompartida+uauyoteconozcoperorecienteveobienymedoycuentaquemehasdejadohuevón = me volví a enamorar.



*y no lo tuve que buscar.

lo lei ayer en la noche en una transversal a camino real y con razón mi conciencia desmayó por unos minutos



CURRICULUM VITAE
digamos que ganaste la carrera

y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.

Blanca Varela